Entrevista

Rafael Álvarez, el Brujo: “El nivel cultural del público ha descendido, pero eso también tiene una parte buena: es menos pedante”

El actor y dramaturgo recibe el próximo 4 de julio el Premio Corral de Comedias con el que el Festival de Almagro reconoce su trayectoria de bululú al servicio de los clásicos

Rafael Álvarez, el Brujo, en escena.

Rafael Álvarez, el Brujo, en escena. / Cedida

Marta García Miranda

“Vente para Madrid, que tengo un papel para ti en una función”, le dijo José Luis Alonso de Santos hace cerca de cincuenta años a Rafael Álvarez, el Brujo, que por entonces se había marchado con un amigo a Rotterdam con la idea loca de enrolarse en la tripulación de un petrolero. Le hizo caso, volvió a Madrid y se subió al escenario, un lugar que no ha abandonado desde entonces. Curtido en el teatro independiente, el Brujo (Lucena, Córdoba, 1950) comenzó su andadura en compañías como Tábano o el TEI (Teatro Experimental Independiente) y fundó la productora Pentación junto a Jesús Cimarro, Gerardo Malla, José Luis Alonso de Santos y Tato Cabal. Fue 'El Lazarillo de Tormes' a las órdenes de Fernando Fernán Gómez, un papel que no ha dejado de representar desde entonces, y formó parte del reparto de aquella mítica puesta en escena de 'La taberna fantástica', de Alfonso Sastre, que Gerardo Malla estrenó en 1985. Ha interpretado textos de Lope de Vega, Cervantes, San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Quevedo, Fray Luis de León y San Francisco de Asís y lleva décadas actuando en solitario en montajes como 'Una noche con el Brujo', 'La luz oscura', 'La odisea' o 'Autobiografía de un yogui'. El Brujo, que se define como un mediador entre los clásicos y el espectador, es uno de esos hombres de teatro total que dirige, escribe, interpreta y produce sus propios espectáculos, un creador en gira permanente, con más de media docena de obras en cartel al mismo tiempo.

Este jueves, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro le distingue con su Premio Corral de Comedias, un galardón que le provoca “una alegría bastante importante” porque se siente “heredero de la tradición de los corrales de comedia”, de ese teatro popular y culto al mismo tiempo que entronca con la tradición del bululú del Siglo de Oro, “actores itinerantes con predilección por la improvisación y el verso, la parodia y humor”.

¿A quién se lo va a dedicar?

A todos aquellos maestros que me han enseñado y han hecho que yo esté ahí todos estos años. Esos maestros son, especialmente, José Luis Alonso de Santos, Fernando Fernán Gómez, Gerardo Malla y, dentro de la producción, dos personas que me han apoyado durante muchos años, que empezaron conmigo muy jóvenes: Jesús Cimarro es uno de ellos y el otro es Enrique Salaberría, que murió (en octubre de 2023) y fue traumático para mí porque era muy amigo mío.

Un premio como este, a toda una trayectoria, ¿tiene algo de despedida?

Nunca se sabe, pero nadie te puede despedir que no sea Dios, si crees en él, y si no crees en Dios, la naturaleza. Yo, en cierto aspecto, estoy ya despedido de la profesión desde hace mucho tiempo. Y en otro sentido, estoy ahí dando la matraca, completamente activo, independientemente de los premios, de las consideraciones de la crítica, de la Unión de Actores o del Ministerio de Cultura. Estoy bastante libre de toda esa presión desde hace tiempo, y me ha costado mucho, pero me siento completamente al margen de todos esos condicionamientos. Por lo tanto, el premio es un regalo en todos los sentidos.

¿Por qué se siente despedido de la profesión?

Porque trabajo en solitario. Al trabajar en solitario no estás en el guiso del director, de los compañeros… Esta profesión es muy gremial, muy de reuniones, de: "quedamos a discutir esto", de la Unión de Actores, ese tipo de cosas. Desde hace mucho tiempo estoy muy al margen de eso. Primero, porque no tengo tiempo de estar más que en lo que estoy, que es hacer giras y estudiar mucho los textos, y luego practico muchas horas de meditación. Estoy bastante al margen, despedido es una palabra un poco fuerte. Al margen, dejémoslo ahí.

Días después de recoger el Premio Corral de Comedias, estrena en el Festival de Almagro una pieza llamada 'Mi vida en el arte'…

Es un recitalHay que darle un título a los espectáculos para que los pongan los programadores en el catálogo y los vea el concejal. Todo tiene su protocolo. Puse 'Mi vida en el arte' porque es una evocación del título de la conocida y clásica obra de Stanislavski, sus memorias, porque yo cuento muchas cosas mías que me han pasado en el escenario o cómo llegué al teatro, intercaladas con poemas del Siglo de Oro, de Lope de Vega, los místicos, Quevedo, Shakespeare y Cervantes.

Imagino que seguirá haciendo alusiones a la actualidad como hace en muchas de sus obras. ¿Qué le preocupa ahora mismo?

Lo que más me llama la atención es que el teatro, la cultura en general, el humanismo, no está reconocido porque hay una pérdida del concepto del significado. Incluso en mucha gente que trabaja en el teatro clásico hay una desconexión con el nervio, con la médula por la cual circula la vida y la luz del teatro clásico, que es un conocimiento antiguo, que ya los autores del Siglo de Oro tomaron de la tradición oral medieval y de otras tradiciones anteriores. Pero esa filosofía profundamente humanística y contemplativa es completamente desconocida ahora mismo, la gente joven no entiende nada de eso. La revelación es una luz que te llega, que nadie te puede transmitir, que tiene que nacer dentro de ti de una manera intuitiva. Por supuesto que el conocimiento es necesario, pero hay un último paso que es completamente autónomo, y esa revelación no la veo ahora en la gente. Y mucho menos en las instituciones y en la valoración del teatro, que ha caído, y todo esto es porque hay un desconocimiento de la necesidad y del valor de la cultura. Hay también un desconocimiento del lenguaje tradicional porque parece un lenguaje obsoleto, desfasado, antiguo, carca o reaccionario.

Se pueden estudiar los textos a nivel filológico, histórico, literario, dramatúrgico, pero hay un espíritu de los textos que tiene que ser revelado

¿Qué aprendió en sus inicios teatrales en el TEI o en Tábano que conserve todavía hoy?

Ahí aprendí todos los trucos. Aprendí todo lo que es necesario para captar la atención del público, para sobrevivir, para nadar y guardar la ropa. Aprendí el ABC del teatro con José Luis Alonso de Santos. José Luis es absolutamente pragmático. Se las sabe todas. Es un cómico viejo. Es un profesor de teatro muy experimentado. Es un autor importante que ha llegado a escribir textos porque antes ha vivido el teatro, ha vivido la itinerancia y ha vivido el hambre del teatro. Un hambre que no es solamente el hambre física de a ver si cobramos o nos pagan, sino también un hambre de dignidad, un hambre esencial.

Cuénteme su mejor truco.

Mi mejor truco ahora es no tener trucos. Directamente mostrar todas las cartas con libertad total, con sinceridad espontánea, no impostada. Y hablar ya, desde el principio, de lo que me parezca y hacer de mi rato en el escenario un momento de absoluta libertad sin ningún prejuicio y sin ningún miedo a nada, a ningún crítico, a nadie. Llega un momento en que hay que olvidarse totalmente de eso y, si lo logras, no sabes lo bien que estás.

¿Cuántas obras suyas tiene ahora mismo en la cabeza?

Ahora mismo tengo 'Autobiografía de un yogui', 'El Lazarillo', 'El viaje del monstruo fiero', 'Los dioses y Dios' y 'El alma de Valle Inclán' que, si nos llaman, podría hacerla también… A ver qué más. La que estreno en el Festival de Mérida (el próximo 10 de julio), 'Iconos'o la exploración del destino', que empiezo a ensayar ahora, y 'Mi vida en el arte', que es sencillamente un título, un pretexto para salir al escenario y volver a lo mismo.

¿Cómo anda de memoria?

Fantástico. De memoria, cada vez mejor. Pero es porque practico constantemente. Yo me despierto, me quedo en la cama y lo primero que me viene son textos. Los recito, los repaso de memoria mentalmente. Tengo ya en la cabeza toda la obra de Mérida.

José Luis Alonso de Santos es, actualmente, uno de los directores de los Teatros del Canal junto con Albert Boadella. ¿Volverá a estrenar en Canal ahora que están ellos dos?

Yo en Canal he hecho 'La Odisea', 'El asno de oro', 'Teresa o el sol por dentro' y 'El Quijote'. Con Albert Boadella tengo una complicidad total y podría volver, pero tengo muchos compromisos por delante este año y parte del siguiente.

¿Nunca ha pensado en dirigir un teatro?

No, la verdad, no me ha seducido la idea ni he tenido ese anhelo. Creo que me aburriría un poco eso de llegar a un despacho, sentarte, discutir un presupuesto con un político, ay, por dios, terrible. Elegir la programación, tener que decir no a compañeros o decir sí, es muy interesante la obra, pero no la veo en la programación. Eso es muy duro. Muy duro. Y a mí me gusta hacer lo que hago.

Rafael Álvarez, el Brujo.

Rafael Álvarez, el Brujo. / Cedida

Lleva muchos años trabajando solo, pero ¿no echa de menos compartir el proceso de creación, enriquecer su trabajo con la mirada de otros, abrir otras posibilidades…?

Es interesante compartir con los demás, por supuesto. En mi caso, las cosas se han dado así, podría haber trabajado con otra gente si se hubiera dado el caso. No trabajo solo porque desprecie a los demás, sino porque es como mejor trabajo, es mi especialidad, por decirlo así. Es duro trabajar con gente porque tienes que limarte a ti mismo, tienes que limar las asperezas. Pero también es enriquecedor, como bien dices, trabajar con gente y compartir, te retroalimentas… Mis circunstancias ahora mismo son trabajar solo, pero trabajo con el músico, con mi técnico, Miguel Ángel Camacho. Tengo un equipo de siete personas.

¿Tiene que ver también la cuestión económica?

Claro. Ahora, montar una obra y producirla, que sería mi caso, con cuatro o cinco actores, eso ya es un 'embolao'. Manejar a la gente... uf, es muy duro. Tengo que administrar mis esfuerzos para hacer lo que estoy haciendo, que es lo que me parece que tengo que hacer y me va muy bien.

Tiene fama de perseguir a los programadores para que le paguen la función. ¿En los ayuntamientos se sigue pagando tarde y mal?

Sí, cada vez más. Y después del COVID, más. Además, se han digitalizado muchos procesos administrativos para entorpecer los pagos. Tú puedes hacer hoy un trabajo y cobrarlo a los nueve meses. Es muy duro. Yo trato de ponerme firme y de reclamar el dinero no solamente por la cuestión económica, sino por una cuestión de dignidad. Porque pienso que los actores y las compañías de teatro, debido al miedo y a la inseguridad, a veces nos bajamos bastante los pantalones. Gritamos mucho, somos muy activistas y muy contestatarios de otra manera más externa, pero a la hora de la verdad yo me he encontrado actitudes de gente muy comprometida políticamente, y no te voy a decir el nombre, que a la hora de reclamar algo con dignidad frente al ministerio o frente a un ayuntamiento se convierten en personas muy sumisas. Yo siempre he dicho, no, no, aquí hay un contrato y usted tiene que pagar en 60 días y, si no lo hace, lo está incumpliendo y está faltando al respeto. Ya es un hábito no pagar. En cambio, a ti te exigen un montón de documentos, de papeles, estar allí a la hora, que hagas tu trabajo. Y, en contrapartida, la administración no da lo mismo. Eso me parece medieval, independientemente de que el ayuntamiento sea del PSOE, del PP, de Vox o de lo que sea.

Muchas compañías que están empezando, que son compañías modestas, se vienen abajo por eso, porque no pueden aguantar impagos de mucho dinero

¿A los ayuntamientos de la derecha les gusta su teatro?

A los que son del Partido Popular, como más moderados, les gusta lo mismo que a los del PSOE. O sea, no tienen ningún problema. A la extrema derecha que ha venido ahora, no tengo ni idea. No lo sé. Creo que, mientras no te metas directamente con ellos, con sus ideas o des nombres, pasan. Pero en muchos sitios sé que están haciendo cosas horribles, diciendo que no se contrate a actores de izquierdas en algunos ayuntamientos de Vox. Todo eso es ignorancia pura y dura, que también te la encuentras en la izquierda. Porque, por ejemplo, (Albert) Boadella no trabaja en Cataluña ni loco. Y Boadella me parece un genio, un genio libertario. Libertario no, que esa palabra la ha secuestrado Milei. Me parece una persona con un ingenio, una creatividad y un talento maravillosos. Lo que pasa es que le gusta meter el dedo en la llaga, dice cosas que molestan mucho al independentismo catalán y a toda esa parafernalia. No lo contratan en ningún sitio, lo tienen una lista negra.

¿Hace alusión a la ultraderecha en sus últimos espectáculos?

No, yo no pierdo el tiempo en eso. Eso es darle mucha importancia a esa gente.

¿Qué cambios ha observado en el público que va a verle?

Ha descendido el nivel cultural, pero eso también tiene una parte buena. El público es menos pedante. El público con el que yo trabajo es un público, a veces, de personas muy modestas, muy humildes y muy sencillas que no tienen mucha cultura teatral, pero sí tienen una actitud maravillosa y van al teatro a recibir amor, a recibir una energía especial, a vivir un momento mágico. Y si tú también estás desprovisto de esos prejuicios, se puede crear una relación maravillosa con ese público. Es lo mismo que he experimentado cuando hacíamos funciones para los chicos jóvenes. Cuando trabajaba para chavales, iba buscando la manera de engancharles como en un concierto de rap y me di cuenta de que, cuando les captaba, aquello se convertía en una cosa absolutamente viva, con una energía y una fuerza maravillosa. ¿Dónde está el problema? En que, a veces, los actores y la gente de teatro no sabemos crear un lenguaje para que determinado público quiera el teatro y venga al teatro.

Ahora no te encuentras a ese espectador que sabe de teatro, que ha visto y ha leído teatro y tiene ante el espectáculo una actitud muy prejuiciosa

Lleva décadas trabajando con textos clásicos y en solitario. ¿Dónde coloca el riesgo?

El riesgo está siempre ahí. Siempre. No hace falta buscarlo. Cada vez que salgo al escenario es algo completamente nuevo, es inédito. Es como morir y nacer. Como cuando te dicen que vas a morir, pero no te preocupes, que volverás a nacer. Y tú dices, sí, sí, pero de momento, lo que veo es que voy a morir. Ese es el momento de entrar en un escenario. Y naces cuando sales del escenario, con la energía completamente renovada.

¿Qué le queda por hacer que no haya hecho aún?

Muchas cosas. Me queda por hacer todo.