Reseña

'La isla de Sajalín', el fascinante "viaje al infierno" de Chéjov

Alba publica la obra titánica a la que más tiempo y energía dedicó el escritor ruso, una odisea literaria a una colonia penitenciaria

'La isla de Sajalín'.

'La isla de Sajalín'.

Tino Pertierra

“¡Qué bello es el mundo! Solo hay una cosa en él que no funciona: el ser humano”. Esa mezcla de resplandor y desconfianza palpita en el interior de 'La isla de Sajalín'. Antón Pávlovich Chéjov, uno de los gigantes indiscutibles de la literatura universal, protagonizó un episodio sorprendente e inesperado: un viaje a la lejana y misteriosa isla de Sajalín al norte de Japón, un territorio inhóspito en aguas del Pacífico que acogía una colonia penitenciaria. Su idea inicial era escribir “cien o doscientas páginas”. La aventura se convirtió en una auténtica odisea que Alba Editorial presenta en exquisita edición de Víctor García Ballestero. Una proeza creativa que es, además, una rotunda apuesta por unos valores de permanente actualidad como texto de profundas raíces periodísticas: rigor, objetividad, precisión e insobornable vocación de servicio público como testimonio de una realidad compleja y oculta.

La idea nació a principios de la década de 1890 y pilló desprevenido al entorno más cercano del escritor, sobre todo su familia y su editor. Para argumentar su decisión, Chéjov explicaba que con ese proyecto podría "saldar una deuda que he contraído con la medicina", y que podría ser el germen de una tesis doctoral que sería posteriormente rechazada. No solo le movían intereses académicos, también le animaba la convicción de tener entre manos un material de hondo calado social, algo que encajaba a la perfección con muchas de las inquietudes literarias del autor de 'El jardín de los cerezos'. "A excepción de la Cayena en la actualidad y de lo que Australia era en el pasado, Sajalín es el único lugar donde se puede estudiar la colonización por parte de delincuentes", expresaba. No obstante, la aventura le dejó un poso de decepción y sufrimiento: "Ahora sé muchas cosas, pero la impresión que me ha dejado el viaje es bastante penosa. Mientras estaba en Sajalín sólo sentía en mi interior un sabor amargo, como después de haber comido mantequilla rancia; ahora, en cambio, Sajalín se me aparece en el recuerdo como un verdadero infierno".

Como resultado de esa investigación de tintes científicos y tiznada de severidad vio la luz entre sombras 'La isla de Sajalín', una obra maestra entre las rejas de los testimonios carcelarios (no es ajeno a su interés el precedente excepcional de las 'Memorias de la casa muerta' de Dostoievski), que, como era de esperar, chocó con la censura: hasta 1895 no se publicó en su integridad, y desde entonces fue construyendo un bien merecido prestigio como ejemplo de reportaje sobre un presidio a partir de criterios de objetividad que mantienen intacta su modernidad como relato verídico y punzante de un capítulo histórico poco conocido, y en cuya indagación invirtió Chéjov mucho tiempo y mucho esfuerzo. 

'La isla de Sajalín' es, también, una muestra del espíritu inquieto del autor, poco dado a asentarse en posturas contemplativas. Ni siquiera la enfermedad le ató en corto y siempre tuvo las maletas preparadas para viajar por Europa, poseído por un afán de exprimir al máximo una vida que la tuberculosis le arrebataría. Desde luego, ningún viaje sería tan complicado y peligroso: el ferrocarril transiberiano no existía y había que recurrir a vapores y coches de postas. Comodidades, bajo cero. “Admitamos que el viaje sea una locura, una obstinación, una extravagancia”, escribió el autor. Pero, y aquí está la clave de la firme voluntad que anima al científico y reportero Chéjov, de los libros “que he leído y estoy leyendo se desprende que hemos dejado que millones de hombres se pudran en la prisión; hemos hecho que se pudran en vano, sin razón, bárbaramente; los hemos obligado a recorrer, miles de verstas en medio del frío, cargados de cadenas, hemos hecho que se contagien de sífilis, los hemos corrompido, hemos multiplicado los delincuentes y de todo eso echamos la culpa a los carceleros borrachos de nariz roja”. Y no: la culpa es de “cada uno de nosotros, pero todo eso no nos interesa”.

Chéjov, figura imprescindible en el catálogo de Alba con títulos como 'Tres hermanas', 'La gaviota', 'Tío Vania', 'El jardín de los cerezos', o sus 'Cuentos' y 'Cinco novelas cortas', ofrece en su visita a la isla de Sajalín una temática plural, riquísima y cincelada con una variedad de modulaciones y matices que le sitúan como precursor audaz y rompedor de lo que mucho tiempo después sería llamado nuevo periodismo. Entrevistas, visitas, pesquisas, documentación… Incluso asistió un castigo brutal para poder contarlo. Y denunciarlo, claro. Hay muchos datos, análisis, cifras, formularios… No teman: Chéjov lo engarza todo con una agilidad pasmosa para que no desentone con el rotundo vigor de una alta literatura cargada de belleza sagaz, y que se convirtió en la obra que más trabajo le costó, un “viaje al infierno” con el que tocó, una vez más, el cielo creativo.