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Crítica de ‘El mayordomo inglés’: el peso de Malkovich y Fanny Ardant

El director es un literato francés de éxito, Gilles Legardinier, que debuta tras la cámara adaptando una de sus novelas

John Malkovich y Fanny Ardant, en 'El mayordomo inglés'

John Malkovich y Fanny Ardant, en 'El mayordomo inglés' / EFE

Quim Casas

Hay películas que valen lo que valen sus intérpretes. Esta es una de ellas. El director es un literato francés de éxito, Gilles Legardinier, que debuta tras la cámara adaptando una de sus novelas. Su mejor elección fue la de pensar en John Malkovich y Fanny Ardant para encarar a los dos personajes principales. Malkovich, expresándose en francés de la misma forma pausada en la que habla en su lengua original, es un empresario británico que acaba de perder al amor de su vida y decide romper con todo para viajar a la vieja villa francesa en la que conoció a su esposa fallecida. Ardant es la propietaria de esta mansión en precario que, aun así, acepta tener a prueba al empresario en calidad de mayordomo. Esta es la única forma en la que el protagonista masculino puede quedarse, en un arrebato de melancolía, en el lugar donde comenzó su felicidad.

El trazado es previsible, medio dramático, medio comedia de costumbres, las mismas que existen en la mansión, como la de planchar el periódico cada mañana para que la tinta quedé fijada y la señora no se manche los dedos al leerlo. Aunque hay otros personajes, siempre en el interior de esta casa igual de melancólica y fatigada, lo que importa son las mesuradas prestaciones de Malkovich, con Ardant agazapada como figura secundaria pero vital.