Comedia

Cien años de Benny Hill, el rey de un humor zafio que envejeció pronto y mal

Décadas antes de la cuarta ola feminista y del #MeToo, la aproximación a la comedia del humorista británico ya se había quedado desfasada, a pesar del enorme éxito que había cosechado con anterioridad

Benny Hill, rodeado de mujeres como era habitual en sus gags.

Benny Hill, rodeado de mujeres como era habitual en sus gags. / ARCHIVO

Álex Ander

Nadie hubiera apostado por ver a un tipo como Benny Hill convertido en una figura admirada mundialmente. Entre otras cosas, porque se trataba de alguien profundamente reservado y con miedo escénico que, además, mostraba muy poco interés por el dinero y las trampas del éxito. Aun así, en los años cincuenta fue aclamado por crítica y público como la primera estrella de la comedia televisiva británica. A finales de los setenta, la emisión en países como Estados Unidos de una serie de versiones reeditadas de su The Benny Hill Show —un programa con sketches presididos por la parodia, los chistes verdes y los juegos de equívocos— le catapultó al éxito mundial y llenó de ceros su cuenta corriente. Pero su incapacidad para evolucionar y los cambios en los gustos de los telespectadores pusieron fin a su carrera.

La historia de Benny Hill, que en realidad se llamaba Alfie Hill, comienza en enero de 1924 en la ciudad portuaria de Southampton, en la costa sur de Inglaterra, donde nació en el seno de una familia tacaña que ganaba dinero vendiendo preservativos. Su padre, un farmacéutico que tiempo atrás había huido de casa para convertirse en artista de circo, fue el encargado de transmitirle su vocación de payaso. De hecho, cuentan que Hill se ganó su primera azotaina cuando tenía seis años y su madre le sorprendió aceptando monedas después de cantar para los bañistas en la playa. Pronto abandonó la escuela y se puso a trabajar como lechero, hasta que con 16 años decidió marcharse a Londres en busca de fortuna como comediante. Allí encontró un trabajo en el departamento de atrezzo de una compañía de teatro, y luego pasó una temporada sirviendo en el ejército británco durante la Segunda Guerra Mundial tras ser llamado a filas en 1942.

A su regreso de la guerra adoptó el apodo de Benny en homenaje a Jack Benny, su comediante favorito. Debutó en la radio en una época en la que este medio era el rey del entretenimiento en el hogar. También llegó a actuar en algunas salas y clubes nocturnos, pero la experiencia no fue del todo satisfactoria. “Había sufrido miedo escénico crónico a lo largo de su carrera, porque su voz era demasiado pequeña para proyectarse más allá de las primeras filas y su acto solo se sostenía robando constantemente gags de otros cómicos, en su mayoría estadounidenses”, escribió al respecto la crítica de televisión Kathryn Flett. “Y entonces llegó la televisión, justo a tiempo para salvarle. En la tele, Hill podía evitar los niveles de autoexposición de los que era difícil escapar en el escenario. También podía dejar de hacer monólogos y ya no luchaba por crear una versión cómica de sí mismo para el público”.

Su gran oportunidad llegaría en 1952, tras presentarse en la BBC con un montón de guiones todavía en pañales. Sus directivos le preguntaron si estaría ocupado en las dos siguientes semanas, respondió que no y enseguida le encargaron un programa de sketchesHi there!, en el que mezcló humor zafio con ciertos elementos del burlesque y algo de música popular. Sus biógrafos comentan que, al principio de su carrera televisiva, Hill era admirado por su talento para imitar casi cualquier acento y su rapidez para cambiar de personaje. Y que fue algo después cuando optó por convertirse en una parodia de sí mismo, recurriendo a material más subido de tono y llevando al límite a los censores. Gracias al éxito de Hi there!, Hill pudo estrenar The Benny Hill Show, un espacio donde era habitual verle persiguiendo a mujeres semidesnudas a toda velocidad, y en 1969 firmó con Thames Television un contrato exclusivo que le ayudó a erigirse en el rey del humor físico.

“Los personajes de su programa eran arquetípicos, fácilmente reconocibles tanto en Reino Unido como en otros países: el bueno, el tonto, el malo, el ladrón, el serio, el intelectual... Y uso ‘el’ porque sus comedias incluían, normalmente, más personajes masculinos que femeninos”, explica Graciela Padilla, directora de la revista Investigaciones Feministas y profesora en la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM. “Este punto me parece interesante porque, dentro de ese humor absurdo, era políticamente correcto, algo muy inglés. No optaba, en la misma medida, por ridiculizar a mujeres, sino a varones. Las mujeres aparecían en roles más eróticos que ridículos, a veces cosificadas, y ese sí es un punto que sería criticable en nuestros días. Pero era un erotismo más ideal que físico, porque no aparecían partes del cuerpo y se buscaba que el producto fuera aceptable para toda la familia”.

En pleno apogeo, The Benny Hill Show llegó a cosechar una audiencia de más de 21 millones de espectadores en Reino Unido, y su protagonista, que también hizo varios cameos en largometrajes como Chitty Chitty Bang Bang (1968), se ganó la admiración de compañeros de profesión como Charles Chaplin, quien por lo visto tenía en su despacho una estantería con vídeos suyos. Curiosamente, a pesar de su gran popularidad, Hill no solía conceder entrevistas. Nunca se casó y siempre se sintió poco atractivo para las mujeres, aunque llegó a pedir matrimonio a varias de ellas según una biografía (Saucy Boy) escrita por su hermano Leonard. Su estilo de vida solitario dio pie a rumores en la prensa sensacionalista, que a menudo se preguntaba cómo podía un artista millonario vivir tan austeramente: durante años residió en una antigua casa heredada de sus padres, viajaba a todas partes en autobús o caminando para no gastar dinero en taxis, y aprovechaba las prendas de ropa hasta que quedaban totalmente raídas.

Una retirada intempestiva

Sorprendentemente, The Benny Hill Show fue retirado de la parrilla de forma intempestiva. Sucedió en la primavera de 1989, cuando uno de los jefes de Thames Television, John Howard Davies, se reunió con Hill para explicarle que la productora del programa había decidido no renovar su contrato porque le veía un poco cansado y hastiado de su personaje, las audiencias estaban cayendo y el programa costaba un montón de dinero. Años después, el escritor Mark Lewisohn revelaría en su libro Funny, Peculiar: The True Story of Benny Hill que, en realidad, la compañía se había cansado “de defender a Benny Hill de las cada vez más frecuentes acusaciones de vulgaridad y misoginia”.

Cuentan que Hill no llegó a recuperarse del todo del despido, y que en los últimos tiempos pasaba los días viendo vídeos. “Los médicos me han dicho que tengo que perder 40 kilos por lo menos y convertirme en una sílfide, pero a mí me gustan demasiado la cerveza y el vino”, manifestó el actor, que murió por una trombosis coronaria el 20 de abril de 1992, a los 68 años, mientras veía la tele en su piso de Teddington —su cuerpo no fue encontrado hasta un par de días después—. Su figura fue cayendo en el olvido en su país natal, aunque sus sketches siguieron triunfando en países como España, donde por cierto contó con residencia veraniega. En 2007, la delegación estadounidense de la BBC descartó las reposiciones de El show de Benny Hill porque, en opinión de la directora de marketing de la cadena, Amy Mulcair, “Benny Hill refleja a una Inglaterra anticuada y retrógrada” y su trabajo es “mostrar un país más moderno” a sus espectadores.

“Es comprensible que las mujeres de este momento no nos sintamos representadas por las chicas de Benny Hill”, apunta Padilla, “porque habitualmente aparecían en gags estereotipados, como objetos de deseo sexual de los varones, y pocas veces, por ejemplo, en entornos profesionales (algo curioso, pues sí lo hacían los slapsticks de los 50 y lo harían las sitcoms de los 90). Los intelectuales, por su parte, entiendo que veían en el producto una suerte de ofensa al humor inteligente británico. Para estos rompía el paradigma del humor cuidado, reflexionado, correcto, que provocaba la risa con la ironía y la palabra, sin tener que usar el cuerpo ni bromas predecibles y esperpénticas”. La profesora dice que no se cansa de repetir en clase a sus alumnos que es más difícil hacer humor que drama.

El humor y el tiempo

Algo parecido opina Jaime Rubio Hancock, periodista especializado en humor, filosofía y redes sociales que en 2022 publicó El gran libro del humor español, en el que recuerda que el humor también surge en un contexto determinado: un cómico que empezara ahora probablemente no haría como Gila y no usaría un teléfono fijo de baquelita para poner en escena su material cómico. “El humor suele envejecer regular”, añade el autor. “Si con los años tú sigues haciendo el mismo tipo de humor te vas a encontrar con que, de pronto, tu público ya no está, porque resulta que se ha jubilado, se ha hartado de ti o se ha muerto. Pero claro que uno puede seguir haciendo el mismo tipo de humor. Considero que el humor no tiene límites, que lo que tiene límites es cada persona, cada público. Si por ejemplo a mí no me gusta nada el humor negro pero a ti sí, y vamos a ver un monólogo de Anthony Jeselnik, que es muy bruto, puede que yo lo encuentre poco gracioso, incluso ofensivo, mientras que tú lo encuentras divertido y no entiendes cuál es el problema”.

En cualquier caso, Rubio Hancock considera que no se trata de desenterrar ahora a Benny Hill para someterlo a ningún tipo de escarnio público. “Se trata simplemente de tener en cuenta que este señor es producto de una época en la que mucha gente se reía con él. Tú puedes pensar: ‘¿Qué estaba intentando hacer Benny Hill?’, cuyos sketches también tenían ese tono paródico del ‘Sé que soy un baboso y que estoy haciendo algo desagradable’. Y, si como en mi caso tú también estabas vivo en esa época, puedes pensar por qué su humor te hacía gracia entonces y ya no te la hace. ‘¿Debería hacerme gracia todavía?’ ‘A lo mejor estoy equivocado y debería ser capaz de ver esa parte de parodia que tenía y que no estoy siendo capaz de ver ahora’. Y podríamos hacer esa misma reflexión con cierto tipo de películas y series. Revisar un producto solamente para sentirte mejor que nadie me parece un error. Si en cambio lo haces para aprender tanto de él como de ti mismo, entonces sí puede tener una parte enriquecedora”.