La vieja era vence en Riad
Los de Xavi lo hicieron todo mal (y no hicieron nada bien) en un clásico sentenciado a los diez minutos
La contundente derrota obliga a replanteárselo todo y supone un punto de inflexión... en forma de debacle
El cómico penalti señalado por Martínez Munuera tras el 2-1 de Lewandowski no sirve de excusa
El Real Madrid necesitó muy poco, poquísimo, prácticamente nada, para ganar la final a los diez minutos. La puesta en escena del Barça fue un suicidio colectivo ejecutado con determinación y para nada delicioso como el de la novela de Arto Paasilinna, ‘Delicioso suicidio en grupo’, en la que el finlandés sube a treinta y tres candidatos a suicida en un autocar bautizado con el descriptivo nombre de “La Flecha de la Muerte”. El clásico fue un salto al vacío desde un acantilado saudí en el que el papel de los blancos se limitó a empujar el vehículo conducido por Xavi.
Ni siquiera ver cómo Martínez Munuera evitó la reacción del Barça con un penalti inexistente de Araujo sobre Vinicius después de que Lewandowski diera esperanzas a su equipo sirve de excusa para un partido triste, desangelado y, sobre todo, muy preocupante.
Es muy difícil, extremadamente complicado, entrar al césped tan mal como lo hizo el Barça incluso teniendo la voluntad de hacerlo de forma tan lamentable. El mundo atendió a una final que no existió, que no se jugó, que fue un espejismo dibujado en mitad del desierto y que el Real Madrid ganó porque era imposible no hacerlo. A los diez minutos ya levantaba el trofeo con dos goles de Vinicius, que sacó a relucir los históricos valores blancos provocando y riéndose del rival, tejidos de forma similar ante un rival inocuo con el balón y contemplativo sin él.
El punto de inflexión llegó de forma inesperada
El Barça exhibió, uno tras otro, todos los defectos mostrados de forma más o menos evidente, más o menos intermitente, desde que perdió un clásico de Liga en el que mostró una tendencia ascendente hasta el empate de Bellingham en Montjuïc. Aquel preciso instante cambió algo en un equipo que, desde entonces, juego y resultados al margen, padece mucho más de lo que disfruta. El Barça lleva demasiado tiempo en busca del punto de inflexión que encamine su proyecto deportivo y la final de Riad aparecía en el horizonte como la enésima ocasión para ello.
Lo que no imaginaba el equipo era que ese punto que marca un antes y un después llegaría con una derrota inapelable, definitiva y suicida. Este proyecto, más en construcción que nunca, había previsto una victoria para proyectar un futuro próspero, pero tomó la firme, determinada y triste decisión de hacerlo a su manera, con un homenaje a Paasilinna, un dramático suicidio en grupo que obliga a empezar de nuevo. Morir es volver a nacer.
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