El vestuario maldito del estadio Wankdorf

El equipo del FC Barcelona que vivió una pesadilla en el estadio Wankdorf de Berna: Ramallets, Gràcia, Garay, Foncho, Luisito Suárez, Gensana, Vergés, Kubala, Czibor, Kocsis y Evaristo

El equipo del FC Barcelona que vivió una pesadilla en el estadio Wankdorf de Berna: Ramallets, Gràcia, Garay, Foncho, Luisito Suárez, Gensana, Vergés, Kubala, Czibor, Kocsis y Evaristo

David Salinas

David Salinas

El próximo lunes se cumplirán 60 años de la cruel derrota sufrida por el FC Barcelona en la final de la Copa de Europa 1960-61. El Benfica se impuso al equipo azulgrana por 3-2 en Berna en un partido marcado por el infortunio catalán. La historia es conocida: cuatro balones estrellados en los postes cuadrados del estadio Wankdorf; dos goles encajados en dos minutos, el segundo tras una cadena de errores defensivos y la duda de saber si el balón acabó cruzando la línea… Y la sensación de que, de diez finales, nueve se las habría llevado el equipo de Enrique Oriazola.

Sin embargo, para los supersticiosos y amantes de las cábalas hubo algo más. Lo pensaron los barcelonistas Sándor Kocsis y Zoltán Czibor el 3 de marzo de 1961, cuando se supo que el escenario de la final iba a ser el estadio Wankdorf, que finalmente se impuso a la otra candidatura presentada, la del Olímpico de Roma. Los dos jugadores húngaros del FC Barcelona habían perdido en el estadio helvético la final del Mundial de 1954 con su selección. Y, aunque el cuadro catalán estaba en cuartos de final, pendiente de eliminarse contra los checos del Spartak Hradec Kralové, los dos cracks empezaron a temblar.

Aquella derrota los marcó. Hungría, con Kocsis y Czibor en sus filas, perdió contra Alemania Occidental (3-2) una final que tenía encarrilada y que pasó a la historia como el “Milagro de Berna”. La maravillosa selección magiar, gran favorita del torneo y que había vapuleado en la primera fase a los germanos (¡8-3!) en Basilea, cayó fruto del infortunio después de adelantarse 2-0 cuando apenas se habían cumplido ocho minutos. Uno de los goles, el segundo, fue obra de Czibor. A Kocsis esa derrota lo martirizó, aunque nadie le culpó de la misma. Sin embargo, se consideró responsable: él, una máquina de anotar, no pudo hacerlo en el partido más importante de su vida. En el 8-3 había convertido la mitad de los goles de su equipo…

El Barça apeó al conjunto checo en cuartos y sabía que su rival en semifinales saldría del duelo entre el Hamburgo y el Burnley. Los alemanes superaron a los ingleses y, en la penúltima ronda, los azulgranas, en el partido de desempate, dejaron en la cuneta a los germanos. El equipo de Enrique Orizaola había logrado el billete para Berna y era favorito contra el Benfica.

Mal fario

“¿Es usted supersticioso? –le preguntaron a Kocsis en la víspera del partido. Sonrió y se limitó a comentar que “no puede ser que en el mismo lugar vuelva a perder de la misma manera por 3-2”, respondió. Cuenta la leyenda, igualmente, que Czibor fue más contundente: “Este campo… mierda”. El horizonte de ambos se encapotó cuando vieron que les había correspondido el mismo vestuario que ocuparon en la final del Mundial de 1954.

Lo cierto es que ni Kocsis ni Czibor saltaron al campo en las mejores condiciones anímicas. Lo hicieron con una losa invisible sobre sus espaldas. El ariete, con el ‘8’, apodado ‘Cabeza de Oro’ por su potente y efectivo remate con la testa, inauguró el marcador. El extremo, con el dorsal ‘11’, reanimó al Barça con el 3-2 en el minuto 75, después de soltar un poderoso zurdazo desde fuera del área tras un balón que recibió del canario Foncho.

Con 3-1 en el marcador Kocsis, solo y prácticamente sobre la línea de gol, remató de cabeza a la base del poste izquierdo del portero Alberto Da Costa Pereira después de recoger un despeje hacia atrás de un defensa. Se llevó las manos a la cabeza. No podía creerlo. Zoltán, después de anotar el gol, el 3-2, pudo empatar diez minutos después, pero su remate desde dentro del área volvió a escupirlo el palo izquierdo del portero luso. Entre ambas jugadas hubo otra todavía más desesperante firmada por Kubala. El astro húngaro remató desde fuera del área y el balón pegó en el poste derecho, se paseó por la línea, se estrelló en el palo izquierdo y acabó en las manos del guardameta.

Incredulidad

“¡Nunca más volveré a jugar en Berna! Hoy entiendo lo que pasó en 1954. En este césped pesa una maldición contra todo húngaro que lo pise”, dijo Kocsis después del partido, contrariado y lanzando una bota contra el suelo. Cumplió su palabra, pero el destino le reservó una secuela de su particular pesadilla suiza. En diciembre de 1963 volvió a jugar un partido como azulgrana en Lausana, el desempate contra el Hamburgo (como en 1961) pero ahora en la Recopa de Europa. Lo que no varió fue el resultado (derrota 3-2, no se podía saber) ni los goles ‘inútiles’ (firmó los dos del Barça que, como los que anotó en Berna en 1954 y 1961, no sirvieron para nada).

Czibor tampoco tuvo consuelo. “Frente a Alemania nos pasó lo mismo. Ganábamos primero y luego perdimos por 3-2, tras estrellar tres tiros en los postes. No quiero jugar más aquí”.

Orizaola no encontraba explicación: “No lo entiendo, es incomprensible. La pelota se negaba a entrar. Cuando no eran los postes, surgía la pierna de un jugador del Benfica. Es inexplicable la mala suerte que hemos tenido, porque hemos jugado para ganar por dos o tres goles de ventaja”.

El único húngaro que se fue contento del estadio Wankdorf fue el entrenador del Benfica, Béla Guttmann, que repitió título al año siguiente en Amsterdam contra el Real Madrid (5-3). El técnico pidió un aumento de sueldo y fue despedido. Dolido, sentenció: “en 100 años desde hoy el Benfica sin mí no ganará una copa europea”. La maldición sigue vigente después de que el equipo luso haya perdido ocho finales (cinco de Copa de Europa, una de UEFA y dos de Europa League).