¿Por qué Umtiti? Adiós a la maldición central

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Hay empresas complicadas y luego está ser central del Barça. Pueden dar fe decenas de defensas que han salido en globo, de puntillas y casi siempre con el ánimo torcido.

“Para ser central aquí tienes que ser especial y él lo es”, vaticinó Robert. No iba desencaminado. Umtiti ha logrado en tiempo récord lo más difícil: no parecer un cuerpo extraño en el equipo más particular del mundo. Y lo ha logrado con dos grandes bazas. Una cabeza privilegiada en situaciones límites y un fútbol minimalista.

Porque el juego de Umtiti es un reflejo de su personalidad. No trata de hacer cosas que no sabe hacer y minimiza al máximo los errores. En la máxima exigencia como ante el PSG impone una serenidad contagiosa. Tanto es así que ha logrado lo impensable: normalizar la cuestión del central sin darse importancia: “Solo soy un currante”, asegura cuando le preguntan por su papel en el equipo.

“No es de darle muchas vueltas a las cosas. Coge las cosas como le vienen y da el cien por cien. Tiene una mentalidad de soldado, de hacer las cosas que se le dicen”, asegura el corresponsal de L’Equipe, Florent Torchut.

Los que lo conocen destacan su determinación para hacerse un sitio en la élite. También su ambición. Detrás de su aspecto bonachón, se esconde un competidor feroz. Un tipo que sabe encajar las bromas y destila buenismo, pero que lucha con uñas y dientes por su sitio en el equipo.Tampoco es de los que se deja intimidar como dejó claro ante Aduriz. 

En Francia lo tienen claro: la gran diferencia entre Digne y él es que uno se conforma con haber llegado al Barça, el otro quiere ser uno de los mejores del mundo en su posición.

"No es de los que se comen mucho la cabeza; tiene una mentalidad de soldado"

Big Sam, como se le conoce en el vestuario, vive solo. Lejos del bullicio de la Barcelona céntrica. En Sant Just Desver, porque prefiere la montaña a la costa, al lado de Mascherano y Abidal, con el que se intercambia mensajes de vez en cuando. 

Ahí encuentra su particular zona de confort, porque –dicen en su entorno– disfruta de la soledad. De las pequeñas rutinas. Una siesta y alguna partida a la PlayStation. Devorar partidos por la tele. Sobre todo de la Ligue 1 y la Premier. Antes de fichar por el Barcelona se sabía de memoria los movimientos de Piqué y podía recitar alineaciones del equipo. Nada raro porque es un consumidor enfermizo de fútbol.

Su entorno más cercano

Ni siquiera le acompaña un séquito en su aventura en Barcelona. Solo su hermano y agente, Yannick, viene y va. Con él tampoco hace concesiones. Le exige, le aprieta, y a veces inclusa bromea con remplazarle.

Los dos comparten un poso de calma muy saludable y una visión sensata de las cosas. También una sencillez que le ha hecho entrar con buen pie en el vestuario del Barça.

Con Umtiti bromean todos, pero el respeto se lo ganó desde el primer día. Con algunos la complicidad es evidente (Neymar y Rafinha) otros los siente cercanos como sus compatriotas Digne y Mathieu, pero nadie habla mal del francés en el santuario azulgrana.

Ni siquiera en Lyon, ciudad a la que se escapa de vez en cuando para visitar a los suyos, esperaban un encaje tan fulgurante. Pero Umtiti ha logrado con una sonrisa lo imposible: dar la vuelta a una maldición demoledora.

Compatriotas suyos como Blanc, Christanval, Dehu y Thuram conocen la crueldad de una posición en el alambre, donde se juega sin red. Ante el PSG ganó el cien por cien de duelos aéreos (5), interceptó dos balones claves, y acertó el 94,7 de pases (38). Ninguno vivió con tanta naturalidad el desafío central. El umtitismo ha llegado para quedarse.