'Masche', el fútbol sufrido

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Digamos que no le encuentro el sentido a lo que muchos dicen de ‘salgo a la cancha a disfrutar’. No, yo no salgo a la cancha a disfrutar, yo disfruto entrenando, aprendiendo, pero durante los 90 minutos no disfruto del partido. Yo el fútbol lo sufro”. Javier Mascherano resumía hace dos años en la revista ‘Panenka’ su manera de vivir la profesión.

El Jefecito siempre fue así. También en sus ocho temporadas con la camiseta del Barça. Su lenguaje no verbal le delata. También la alopecia que le acompaña tras haber aterrizado en Barcelona con el pelo rizado. Mascherano sigue viviendo los partidos en permanente tensión. Al borde de un ataque de nervios. Y cuando falla se aplica una autocrítica devastadora. Es culpable hasta que se demuestre lo contrario.

Su tendencia a señalarse en la foto sigue sorprendiendo a sus propios compañeros. “El equipo, lamentablemente, ha tenido que sufrir un nuevo error mío. Me duele por el resultado, porque en partidos tan importantes como éste, yo no me puedo permitir este tipo de errores”, dijo hace cuatro años, con la voz entrecortada, tras jugar contra el Milan en la Champions.

En el Barça la angustia se incrementó pronto. Le bastaron unas pocas semanas: “Yo ya lo sabía: ser pivote en el Barça era casi imposible. No había otro camino que ser central. Me di cuenta de que con lo que venía al Barça no me alcanzaba, ni siquiera para permanecer en el club”.

No le fue mucho mejor cuando lo escuchó en boca de Pep Guardiola. Lo explicaba así recientemente en ‘El Gráfico’: “Me recibió con música clásica y una frase que no olvido: ‘¿Vos sabés que venís acá a no jugar, no?’ (risas). Le contesté: ‘Quédate tranquilo que conmigo no vas a tener ningún problema”.

Fue Pep quien se atrevió a reinventar a Mascherano tras comprobar que Busquets salía mal parado cuando jugaba de central. Lo aprovechó el argentino, a pesar de estar cerca del 1’70. Su espectacular tren inferior, mezcla de flexibilidad y explosividad, le ayudó en un nuevo rol, donde estaba muy expuesto. 

No le resultó sencillo en sus inicios. Sobre todo porque todavía tenía muy interiorizados los mecanismos de ‘stopper’. Acostumbrado al contacto constante y al ‘tackle’, tuvo que aprender a medir sus acciones y no anticiparse siempre, como hacía en sus tiempos en el Liverpool, donde formó un triángulo formidable junto a Xabi Alonso y Gerrard.

En Anfield la secuencia se repetía una y otra vez. Robo de Mascherano, balón para Alonso, pase filtrado a Gerrard y balón picadito al espacio para Torres.

En el Barça el escenario ha sido bien distinto. Un fútbol mucho más pausado y muchos metros a la espalda. De ahí que Mascherano haya sido un auténtico superviviente. Mascherano se adaptó a un fútbol que no conocía, que parecía irle incluso en contra, y lo hizo en una posición que no era la suya.

Su gran éxito ha sido mantenerse, a pesar de que por el camino da la sensación de haber vivido, en ocasiones, una auténtica penitencia. Del Barça se irá a China con cuatro Ligas, dos Ligas de Campeones y dos Mundiales de Clubs en el bolsillo, entre otros 

títulos.

También con momentos imborrables. Como esa jugada con Bendtner en el Camp Nou que le dio el empujón necesario para ganarse a la afición.

Seguro que él también recuerda su único gol con el Barça. Un penalti que convirtió con pudor ante Osasuna y que fue muy celebrado por sus compañeros. Sobre todo por Piqué, que fue quien tuvo la idea. Lo pasó mal el Jefecito, que no pareció relajarse ni en los festejos.

Ahora, cansado de ser suplente, apunta al Hebei China Fortune. Mascherano nunca fue de los que pasan por la vida de puntillas. “Soy un convencido de que las etapas hay que cerrarlas en la vida y la del Barcelona está cerca de cerrarse”, anunció hace unos meses.