Tiene 34 años y es el padre de un concepto, el landismo, que se define así (“una forma de vida cuya máxima es divertirse, no el triunfo”) y que es como una corriente literaria como pudo ser la generación del 27 o la del 98.
Fue líder en todos los sitios en los que estuvo. Pero nunca ganó una gran Vuelta porque casi siempre le pasó algo a Mikel Landa, que se podría definir indistintamente como un tipo raro o un tipo genial: una forma de pensar distinta.
No siempre fue el mejor abogado de sí mismo. Pero siempre tratamos de creer en él como el mejor hasta este Tour de Francia en el que directamente se ha retirado de la puja y acepta que él, el orgulloso Mikel Landa, es un gregario de Evenepoel en Soudal Quick Step.
“Aquí yo tengo claro que Evenepoel es el líder, y si tengo que renunciar a mis posibilidades lo voy a hacer por ayudarle”, explicó en una entrevista con Carlos Arribas en El País. “No pasa por mi cabeza volverme loco con la general de este Tour”.
Hace años hubiese sido imposible escucharle hablar así. Pero hoy Mikel Landa es un ciclista en la prórroga o en tiempo de descuento que acepta que su carrera está “prácticamente hecha”.
Por eso se le ve más relajado que nunca, alojado en vísperas de los Pirineos en una confortable sexta posición en la general del Tour de Francia desde la que los árboles ya no le impiden ver el bosque.
“Estoy más tranquilo que nunca. Será por la edad, por la experiencia”, admite. “Que pueda hacer aquí quinto o décimo no va a cambiar para mí nada. El landismo no lo va a cambiar. Ya lo he creado”, acepta en su ya innegociable declaración de intenciones.
Por eso ya no nos podemos desesperar con él como tantas veces lo hicimos. Aquello ya se acabó. La vida ha cambiado y lo ha hecho con su consentimiento que nos recuerda que todo se acaba y que, en cualquier caso, nos propone una pregunta interesante: ¿hasta dónde llegará Mikel Landa en este Tour de Francia sin la presión de ser el líder del equipo?
Estamos deseando resolverla.