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Lale Cubino, a los 61 años: “Trabajo con mi hijo de lunes a viernes, mañana y tarde”

Publicado por
Alfredo Varona
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Fue un grande, un escalador total. Un  ciclista que nos hizo soñar en la Vuelta y en el Tour, donde llegó a ganar en Luz Ardiden. Todavía hoy seguimos recordándolo como si hubiese sido ayer.

A los 61 años, no se rinde. Sigue subiendo puertos de montaña con la bicicleta. Aún muestra una forma física que respeta al ciclista que fue en los años ochenta y noventa. “Tenía un don parar escalar”, recuerda hoy desde su tienda en Salamanca, donde trabaja de lunes a viernes, mañana y tarde. “Pero estoy contento. La gente, en general, valora lo que le digo”.

Le veo en forma. 
Sigo haciendo ciclismo. Bueno, ahora cicloturismo. Salgo los fines de semana. Hago rutas de 70 u 80 kilómetros. Luego, nos tomamos nuestras cervezas. Pero sigue siendo duro. A mi edad subir cuestas ya no es como antes, ya no tengo esa fuerza.

¿Sigue siendo escalador?
Sigo intentándolo, al menos. Es lo que más me gusta. Y en la zona de Béjar, vayas por donde vayas, encuentras puertos de montaña sea La Covatilla, El Travieso, Honduras… Ahora, es distinto, porque voy a mi ritmo. Las bicicletas tienen otros desarrollos que no tenían antes. Pero al final es lo mismo. Cuando uno sube tiene que sufrir.

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¿Escalar es como estar en la lona?
Buena pregunta, sí. Pero yo diría que escalar es como un don con el que se nace y yo nací con él. Luego, debes perfeccionarlo, trabajarlo. Pero igual que hay gente que nace velocista, yo nací escalador. Eso no lo puede discutir nadie. Cuando empecé en Béjar en las subidas yo siempre era el primero. Pasaron los años y siguió siendo igual hasta que llegué a profesionales.

Ganó en Luz Ardiden. 
Es lo que más se recuerda, porque es el Tour. Pero a mí la etapa que me hizo más ilusión fue la que gané en el Naranco en la Vuelta del 91. Venía de una lesión, todos los días con infiltraciones, todos los días pensando en retirarme. Pero unos días antes se me curó como por arte de magia. Todavía no me lo explico, pero es lo que pasó.

Y ganó en la subida al Naranco.
Y fue muy especial, porque los aficionados de Oviedo la llenan desde el principio y la convierten en un pasillo humano. Por eso lo que le decía antes. Tuve mis victorias. Gané en Cerler en el 87. Gané dos veces en Luz Ardiden, la primera en el Tour del Porvenir. Pero lo del Naranco siempre lo recordaré con un cariño especial.

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Sin embargo, le faltó ganar una gran Vuelta.
No era un ciclista para la general. Había que aceptarlo. No me defendía contrarreloj, y eso pesaba mucho. Pero es que además siempre tenía un día malo. No sé si en esta época, en la que todo está tan estudiado, se hubiese solucionado. Pero en mi época no teníamos datos. Íbamos a través de sensaciones. Fue imposible de solucionar.

¿Y por qué?
Siempre he dicho lo mismo. Durante cinco, seis, siete u ocho días yo daba el 110 por cien. Acumulaba mucha fatiga. Siempre llegaba el día en el que era imposible de ocultar. Pasaron los años y no se pudo solucionar.

Tuvo un hijo ciclista.
Hasta hace muy poco ha competido. Pero no fue ganador. Cada uno tenemos nuestro destino y, lo que le decía antes, hay que aceptarlo. A cambio, él tiene estudios universitarios. Si lo comparas conmigo, que no los tengo, lo suyo es mucho mejor.  Siempre es preferible tener preparación. Gonzalo ha estudio Ciencias del Deporte. Ahora, trabaja de eso. Estoy muy orgulloso.

El día después no ha sido duro para él.
No, claro que no. Es un chico inteligente. Sabía sus limitaciones en bicicleta y no pasaba nada. Fue un gregario. Pero a mí me hizo muy feliz. Iba con él a las carreras. No era un ganador pero de cadete a juvenil sí ganó algo. Y esas cosas quedan para nosotros. Le estoy muy agradecido por esos años.

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¿Quién fue el mejor de su época?
Indurain, sin duda.

¿Y de los compañeros con los que usted corrió?
Anselmo Fuerte, Álvaro Pino, Fabio Parra, Melchor Mauri, Jesús Montoya… El listón está muy alto. Mauri y Pino llegaron incluso a ganar la Vuelta a España. Por eso siempre digo que tuve la suerte de correr con gente muy, muy buena.

¿Tiene trato con ellos?
Con el tiempo, el trato se diluye. Vivimos en sitios dispares. Pero con Pino nos hemos visto mucho, porque hubo una época en la que yo iba mucho a Galicia y hemos tenido la oportunidad de vernos y de recordar nuestra época, que siempre digo que fue maravillosa.

¿Cómo es su vida ahora?
Mi vida es más sencilla. Trabajo de lunes a viernes en horario comercial. Ocho horas u ocho horas y media. Luego, el  fin de semana me voy a Béjar a desconectar al lado de la naturaleza, a montar en  bicicleta, porque el resto de la semana trabajo mañana y tarde.

¿Y le gusta?
Me gusta, sí, porque trabajo en una tienda de bicicletas en Salamanca con mi hijo que, además, se dedica a hacer estudios biomecánicos. Pero, sobre todo, me gusta porque es de lo que entiendo. Llevo casi 50 años al lado del ciclismo. La gente, en general, valora mi opinión, y eso es bonito. Si me piden consejo, creo que puedo ofrecerlo.

¿Y le gusta aconsejar?
Si la gente se deja, sí. Pero como todo en esta vida hay quien no necesita consejo. Eso ya forma parte de la psicología de cada uno. Al final, la vida es psicología. Esto es como en el ciclismo. Debías saber cuando atacar, descubrir cuál era el momento más oportuno. Y, como yo digo, esas cosas solo se aprenden con el tiempo. Y en la tienda pasa igual.

¿De quién aprendió más?
De todos. Pero mi maestro fue Javier Minguez. Cuando llegas a profesionales crees que sabes mucho y no sabes nada. Y ahí estaba él. De cadete muchos triunfos dependen de tu pericia. Pero de profesional hay una labor de equipo. Y, si no te preocupas por aprender de los que están, no vas a averiguarlo. Y yo me acuerdo que escuchaba a todos a Mínguez, a los compañeros, a los masajistas, a los auxiliares….

¿Y de Mínguez qué aprendió?
Supongo que llegué un poco gallito y él me puso los pies en el suelo. Me avisó de que iba esto. Con esto ya fue suficiente. Me hizo ver que aquí había en juego mucho dinero y que no se podía meter la pata. Pero han pasado tantos años que es difícil recordar. Mi primer triunfo en la Vuelta ya le he dicho que fue en el 87 en Cerler. Ha pasado una vida.

¿Hizo dinero en el ciclismo?
Hice para vivir y para tener un pequeño patrimonio. Monté un hotel, pero llegó la crisis de 2010 y el negocio se vino abajo. Fue muy duro. Hace tres años montamos la tienda con mi hijo que hasta entonces trabajaba en un gimnasio y no estaba demasiado contento y hasta hoy.

Ya tiene 61 años.
Ya veo cerca la jubilación, sí. Cuando llegue el momento habrá que ver. Pero estoy contento. Sé desconectar. Me gusta mi trabajo. Quizá en primavera o a principios de verano hay mucho. Pero luego hay otras épocas. Siempre hay que valorar donde está uno.

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Alfredo Varona