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El ciclista que nos quitó la novia

Hoy, Stephen Roche tiene 64 años y es un ciudadano más irlandés.  Pero hace 37 años nos ganó un Tour que sólo podía ganar Perico Delgado.

Es imposible entender los años ochenta sin Born in the U.S.A  de Bruce Springsteen ni los Tours de Francia de Perico Delgado.

Perico lo fue todo en el mes de julio: un ciclista descarado, un escalador maravilloso, uno más de la familia (sólo que a él le veíamos por televisión)

Y nosotros éramos para él como la E Street Band, su banda de apoyo.

Y en el Tour de Francia de 1987 creímos que ya había llegado el momento. De hecho, Perico acababa de salir líder de Alpe dHuez.

Y ésa era una tradición que nunca fallaba en el ciclismo y que no podía fallar ahora.

Así que no había inconveniente para vivir una tarde feliz en la ascensión a La Plagne y nos pegamos toda la familia a la televisión.

Pero entonces apareció él:  Stephen Roche, que fue como si nos cortasen la luz.

Sobre todo porque hasta entonces era un ciclista que tenía un currículum poco impactante. 

Es verdad que aquel 1987 había ganado el Giro de Italia, pero también pensamos que eso le había dejado sin fuerzas.

No fue así.

Y en la subida a La Plagne, después de seis horas de etapa, iba a aguantar lo inaguantable.

Perico debía hacer caja porque, de cara a la  contrarreloj final de Dijon, Stephen Roche era mucho mejor contrarrelojista. 

Pero aquella tarde no dio su brazo a torcer.

Para Perico fue imposible hacer la diferencia que necesitaba en aquella larguísima ascensión que fue como el gol que no llegaba nunca.

Roche pasó la aspiradora.

Cuando nos quisimos dar cuenta lo teníamos en la puerta de casa, a tres segundos de Perico Delgado.

Roche había sufrido como casi nunca hemos vuelto a ver sufrir a un ciclista.

Nada más llegar a la meta se cayó de la bicicleta y esa agonía fue peor.

El locutor de la primera cadena de televisión española, Ángel María de Pablos nos hizo partícipes:

– Alguien pide oxígeno para él.

Stephen Roche había sufrido una lipotimia y estaba tumbado en el suelo y tuvieron que ponerle una mascarilla de oxígeno porque el oxígeno no le llegaba a los pies.

Y de allí tuvieron que sacarlo en ambulancia.

El resto ya está escrito en la Wikipedia y en nuestros recuerdos, que son como piedras preciosas.

Al día siguiente, Stephen Roche recuperó el oxígeno y las fuerzas.

En la contrarreloj final de Dijon recogió el ticket de la compra y se apropió de un Tour de Francia, que siempre pensamos que sería nuestro (Perico Delgado).

En su momento fue uno de los golpes más bajos que nos podía dar el ciclismo a nosotros (la sensibilidad del aficionado de pura cepa).

Pero hoy, 37 años después, una vez que el tiempo ha suavizado los recuerdos, soy incapaz de recordar aquella tarde sin nostalgia, sin pegar un abrazo a aquel inesperado ciclista irlandés que hoy es un hombre de 64 años, canoso y orondo, que en los Alpes se hizo inmortal.

A nosotros nos lo hizo pasar mal: tan mal que sentimos como si nos cortasen la luz

Pero hoy me doy cuenta que no teníamos nada que reprochar a Stephen Roche, en realidad.

Nada que reprochar a un tipo que hizo su trabajo y que, además, ese año fue invencible (Giro, Tour y Mundial).

Nada que alegar frente a un ciclista, que no era un esclavo del amor propio y que siempre nos recibió con una sonrisa en lo más alto del podio y no es que su domicilio fiscal estuviese en el podio.

De hecho, Roche no volvió más a un podio en una gran vuelta (ni a acercarse siquiera) hasta que se retiró en 1993.

Nos despedimos entonces con cariño de él.

Hoy, nos damos cuenta cuando volvemos a ver su simpática fotografía, cuando le volvemos a ver en televisión o cuando le escuchamos decir que aquel año, sin saber por qué, todo le salió perfecto como si se tratase de Bruce Springsteen.

 


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