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“Cuando terminé la EGB, a los 13 años, me tuve que poner a trabajar de albañil con mi padre”

Publicado por
Alfredo Varona
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Las historias anónimas como la de Paco López (1968) también nos enseñan vida como esta de un  chaval en los ochenta en el barrio de El Carmelo en Barcelona.

 

Acaba de venir de subir en bicicleta todas las cumbres míticas de Asturias. Con 55 años. Pero es que su relación con el deporte es envidiable. De eso es de lo que vamos a hablar con él,  con Paco López que, tras cerrar la tienda de ultramarinos que compartía con sus hermanas, encontró trabajo en la limpieza del hospital Clínico. Pero la diferencia está en el ciclismo y en la montaña que le acompaña a todas partes del mundo.

Trabajaba en un ultramarinos en el mercado de El Carmelo en Barcelona. 
Sí,  con mis hermanas. Era un trabajo cara al público para el que hay que valer. Pero empezaron a abrir grandes superficies en el barrio hasta que tuvimos que cerrar hace seis años. Entonces me tuve que poner a buscar trabajo.

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Y lo encontró en el hospital Clínico 
Tengo una amiga que es enfermera. Le di un currículum.  Me llamaron y me dedico a la limpieza,  sí. Lo mismo paso la máquina friegasuelos en los despachos que estoy en un quirófano. Hago lo que me mandan, que es lo importante. No me puedo quejar. Estoy muy bien.

¿Y no es un trabajo muy duro? 
Todos los trabajos que he tenido son duros. Pero antes había trabajado en la construcción.  A los trece años cuando terminé EGB. Mi padre era albañil. Trabajaba de sol a sol para que no nos faltase el plato en la mesa. Por lo tanto, sigo el ejemplo de mi padre. Nací para ser un currante. Moriré así.

¿Y cómo le quedan fuerzas para coger la bicicleta?
En mi barrio yo vi fallecer a amigos míos por la heroína, compañeros de colegio, vecinos, gente de la calle. A veces pienso que a mí me podía haber pasado. La droga hizo auténticos estragos en los ochenta. Por eso, para mí, el deporte fue mi tabla de salvación, mi manera de alejarme. Con 18 años hice mi primera maratón. Tenía mucha tenacidad. Llegaba agotado de trabajar. Pero los beneficios de hacer deporte eran demasiados.

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A los 55 años ya es como una religión.
Desde el año 2000 no he vuelto a hacer ninguna maratón. Las lesiones no me dejaban en paz. Fue entonces cuando descubrí el ciclismo, que fue un amor a primera vista. Sobre todo la bicicleta de carretera de la que sigo totalmente enamorado. Desde entonces han pasado más de 20 años. No ha cambiado nada.

¿Qué le ha aportado el ciclismo?
El ciclismo me ha permitido seguir haciendo deporte. Me ha ayudado a conocer lugares y personas, que es lo más importante que hay en la vida. Sobre todo porque se puede compartir con ellos la dureza, los almuerzos de antes y después con la grupeta y la naturaleza…. Son tantas cosas…

Acaba de subir los puertos más emblemáticos de Asturias (Lagos, Angliru, Gamoniteiro, La Cubilla…)
El que más me ha gustado ha sido La Cubilla. Me daba la sensación de que estaba en los Alpes o en los Pirineos. Son 27 kilómetros llevaderos con un paisaje muy bonito. Pero sin esas rampas tan bestias del 23% del Anglirú, esas pendientes del Gamoniteiro o de los Lagos. Pero sea como sea no me quejo. Es un recuerdo grandioso. Quiero volver a Asturias.

Asturias son palabras mayores.
Pero, sobre todo, yo había visto tantas hazañas ciclistas por televisión de Perico Delgado, de Chava Jiménez,  de Contador… en esas montañas, y yo quería vivirlo y he tenido esa satisfacción que, para mí, es el  premio que me llevo. No necesitaba más: ya tengo una edad, ya no voy a volver a ser quien fui. Pero las satisfacciones pueden renovarse. Mi idea es hacer deporte toda la vida.

¿Y se puede lograr?
De momento,  sí. También  me gusta mucho la montaña. Una vez al mes nos vamos a los Pirineos a hacer un 3.000. He ido a los Andes, a Nepal, al Klimanjaro… He estado en la Patagonia… La montaña también te da algo que es difícil de explicar. Es una intimidad que no está en ninguna medalla que te da una organización.  Pero que yo necesito para vivir.

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¿Cómo es posible viajar tanto?
Llevo una vida muy austera. En Barcelona me muevo en bicicleta. Luego, al trabajo voy caminando o, a lo sumo, en Metro. Quizás sea por principios. Eso va con la persona. Nunca he necesitado mucho en la vida. Le puedo decir que en mis viajes lo caro es el billete. Una vez allí, en general, solo necesito una mochila que es como mi armario.

¿Cómo es el regreso al trabajo?
Es duro. Son viajes que te cambian, que provocan un antes y un después.  Pero vuelves contento porque has abierto la mente. Los viajes me han dado verdaderas lecciones de vida. Mire, en el Tercer Mundo he conocido una generosidad que no veo aquí. Allí, los abuelos son como Biblias. Aquí los aparcamos en residencias. Todo eso te cambia.

¿Y a usted le ha cambiado?
Claro que he cambiado. Todos cambiamos. Y en mi caso creo que para mejor.  O eso espero. Mi día a día es un esfuerzo para conseguirlo. Creo que ya no soy tan egoísta como lo era antes. He descubierto que en lo pequeño está lo bonito. Llegar a mayor y preguntarse qué has hecho con tu vida eso debe ser muy duro. Pero hay que hacer esa reflexión antes de que sea tarde. La vida pasa muy rápido.  El tiempo no se compra.

¿A qué hora entra a trabajar?
Me gusta madrugar. Me levanto muy temprano. A las cinco y media de la mañana ya me pongo en pie. Hago veinte minutos de meditación porque no sólo hay que cuidar el cuerpo, sino también la mente. Afortunadamente, me gusta leer y aprender. De momento, lo estoy consiguiendo.

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Alfredo Varona